Misa por el alma de
Alonso Zamora Vicente
A las ocho de la tarde
del martes 21 de marzo
de 2006 se celebraron
las exequias por el alma
del escritor Alonso
Zamora Vicente. La misa
de réquiem tuvo lugar en
Los Jerónimos de Madrid,
parroquia de la que fue
feligrés
durante algunos años.
Fue oficiada por el
reverendo don José María
Martín Patino, jesuita.
El padre Patino, en su
homilía, recordó con
emocionadas palabras al
admirado amigo,
destacando el fraternal
y liberal talante de su
personalidad y la
calidad humana del trato
de quien había sido
profesor suyo. Su
amistad, desde los
tiempos universitarios
de Salamanca, se había
reforzado en años en que
Martín Patino colaboró,
en la década de 1970,
con Zamora Vicente y el
cardenal Vicente Enrique
y Tarancón en la
Comisión de Textos
Litúrgicos de la Real
Academia Española, en
unas sesiones en las que
llevó a cabo la revisión
y actualización del
castellano de los
principales textos de la
liturgia católica.
Presidieron el duelo los
hijos Alonso y Juan
Zamora Canellada,
acompañados por los
miembros de sus familias
–principalmente
madrileña, asturiana y
vasca-, a quienes,
terminada la santa misa
y tras la oración
fúnebre final, los
numerosos asistentes
manifestaron el pésame.
Entre los asistentes,
muchos viejos amigos y
compañeros, y discípulos
y colegas de sus últimas
promociones de
estudiantes y de las
distintas actividades
desarrolladas en la
última década. Entre las
personalidades, las más
reconocibles, las del
mundo académico. La
vecindad de la iglesia
con el edificio de la
Real Academia facilitó
que esta misa de
réquiem, encargo de la
familia, se convirtiese
asimismo, por la gran
asistencia de miembros y
colaboradores de la
Corporación, en
corporativo recuerdo
académico. Junto a
miembros de las Reales
Academias, colaboradores
de los Diccionarios
de la Española y
profesores de las
universidades
Complutense, Carlos III,
Autónoma o Antonio
Nebrija de Madrid, de
las de Salamanca,
Extremadura o Alicante;
representantes de la
Junta de Extremadura,
del Instituto Cervantes,
de Relaciones Culturales
del Ministerio de
Exteriores, de la
Fundación Antonio
Nebrija o del mundo
editorial y de los
medios de comunicación.
Alonso Zamora Vicente,
fallecido el 14 de marzo
de 2006, era miembro de
número de la Española
desde 1966, institución
de la que había sido
académico
correspondiente en
Salamanca desde 1958. La
Academia, como es
preceptivo, en su sesión
del jueves anterior
había acordado suspender
su actividad en señal de
duelo y enviar la
condolencia a su
familia, al tiempo que
encargaba la necrología
oficial a uno de sus
miembros de número. Y
próximamente, en torno a
la fecha de abril de la
muerte de Miguel de
Cervantes, se volverá a
recordar a Zamora
Vicente en las exequias
que anualmente encarga
la Real Academia
Española en la Iglesia
del convento de
Religiosas Trinitarias,
donde yacen los restos
del glorioso escritor.
Es funeral que se
celebra todos los años
en memoria de Cervantes
y de todos cuantos
cultivaron las letras
españolas, y en recuerdo
especial por los
fallecidos el año
académico en curso.
***
Algunos de los amigos
asistentes a las honras
fúnebres en memoria de
Alonso Zamora Vicente
Recuerdo a don Alonso
Zamora, a mediados de
los años de 1970,
volcado en la revisión
de documentos y
fotografías, atento a un
concreto documento, del
Archivo familiar de
Alejandro Sawa. Era
papel que enumeraba
algunos de los
asistentes al sepelio de
este escritor bohemio, y
en cuyo dorso se había
copiado una fría
disculpa de Benavente a
una petición de socorro
del escritor.
Las personas que allí
figuran reseñadas eran
en realidad pocas en
comparación con las
muchas que efectivamente
asistieron al velatorio
y entierro de Sawa en
marzo de 1909, recreados
literariamente en las
escenas finales de
Luces de bohemia.
Pero lo que para mí era
simple y corto listado
de nombres, para don
Alonso era palpitante
retahíla de amigos cuya
sola mención le abría
nuevas puertas a su
sistemático asedio
crítico tanto a la
biografía del escritor,
a gente de sus gozosos
días parisinos o del
trágico final en su
residencia madrileña,
como a la obra teatral
de Valle Inclán. De tal
lejana circunstancia me
acordé la mañana del día
14 de marzo de este
2006, en la que
rápidamente corrió la
noticia de la muerte de
Zamora Vicente.
En ese mediodía, tarde,
noche y mañana siguiente
del velatorio, del día
14 al 15, muchos fueron
los amigos que se
unieron al dolor
familiar en el tanatorio
y que, luego, estuvieron
en el enterramiento, o,
una semana después, el
martes 21, asistieron a
la misa de réquiem. De
tantos amigos y
conocidos del finado,
saludados personalmente
o entrevistos, algunos
me han quedado en el
recuerdo. Otros me han
sido apuntados por
compañeros. Y aunque
estamos en época en que
la documentación parece
tener vías, formas y
condiciones de seguridad
suficientes, se me
ocurre que no está de
más dejar constancia de
sus presencias, como
testimonio de ese cruce
y reencuentro de
amistades que la
despedida del viejo
maestro nos procuró.
Aparte de los que puedan
constar en los pliegos
de pésame que figuraba
en sala 18 del tanatorio
de la sacramental de San
Isidro, y de los
testimonios de pésame
recibidos de distintas
partes del mundo, tanto
por la familia como por
la Fundación-Biblioteca,
por la Asociación
Patrimonio Lingüístico
Extremeño o en la misma
Real Academia Española,
en los que se da fe de
su humanidad, su
prestigio y su labor
intelectual, añado
algunos nombres de las
personas que vi,
pensando especialmente
en la amplia
documentación que todos
ellos convocan, que sin
duda será muy útil y
esclarecedora para los
futuros estudios sobre
el escritor y filólogo
Alonso Zamora Vicente.
De la Real Academia
Española, pudimos ver a
Antonio Colino, Manuel
Seco Reymundo, Valentín
García Yebra, Gregorio
Salvador Caja o José
Luis Pinillos, de la
etapa en que Zamora era
Secretario perpetuo. Y
posteriores a 1990, a
Víctor García de la
Concha, Eduardo García
de Enterría, Eliseo
Álvarez-Arenas, Ignacio
Bosque Muñoz, Guillermo
Rojo, José Antonio
Pascual, Carmen
Iglesias, Claudio
Guillén, Luis Ángel
Rojo, Margarita Salas,
José Manuel Sánchez Ron,
Carlos Castilla del Pino
o José Manuel Blecua,
así como a algunos de
los académicos
correspondientes que
tuvieron más trato con
el finado, como
Francisco Estrada,
catedrático emérito de
la Universidad
Complutense de Madrid. Y
las otras corporaciones
hispánicas de la lengua
española estuvieron
representadas por el
Director de la Academia
Filipina, el Sr. D. José
Rodríguez.
De las promociones de
estudiantes en la
Universidad de Salamanca
que tuvieron a Zamora
Vicente como profesor,
la presencia de Berta
Pallares, durante tantos
años en la Universidad
de Copenhague, o el
profesor Juan Mayor
Sánchez, catedrático de
la Facultad de
Psicología de la
Complutense, actual
Emérito, representaban a
todos los estudiantes y
jóvenes profesores de
ese tiempo
universitario, evocados
en estos días en "En
memoria del profesor
Alonso Zamora Vicente",
en la primavera de 1953,
por la profesora Ángela
Abós Ballarín1.
Del grupo de los que en
alguna etapa fueron
colaboradores del
Diccionario histórico:
María Rosa Moralejo,
Pilar Moris Ruiz,
Olimpia de Andrés Puente
o Enrique Recondo. O
desde los años de 1980
en los trabajos del
Diccionario usual,
los lexicógrafos Elena
Cianca, Emilio Gavilanes
(novelista), Teresa
Palacios, Consuelo
Tovar, Silvia Fernández
Alonso... Y del actual
Instituto de
Lexicografía de la Real
Academia Española,
Rafael Rodríguez Marín,
su subdirector. Y entre
estos filólogos, José
María Aránguez Otero,
segoviano, de los
últimos alumnos que
recibieron conjuntamente
en la Complutense las
enseñanzas de Rafael
Lapesa y de Zamora
Vicente, y que en la
Real Academia, a más de
su labor de lexicógrafo,
colaboró muchos años con
la Asociación de las
Academias de la lengua
Española. Su nombre me
evoca la amistad de
Zamora Vicente con José
Antonio León Rey,
escritor colombiano de
larga residencia en
Madrid, a quien Aránguez
ayudó en su compleja
tarea. Y Guadalupe Galán
Izquierdo, de origen
extremeño, colaboradora
del matrimonio Zamora
Canellada en el
Diccionario manual e
ilustrado. También
de la Corporación,
Elvira Fernández del
Pozo y Merino,
historiadora, del
Archivo Histórico
Nacional, y del Archivo
académico, colaboradora
en muchas
investigaciones.
Igualmente relaciono con
algunos trabajos de
Zamora con la
participación de Pedro
Canellada, el familiar
con quien más fraternal
trato he mantenido.
Del Departamento de
Filología Románica, de
su última etapa en la
Complutense, la
presencia de Eugenia
Popeanga, testimonio de
la decidida defensa de
Alonso Zamora en favor
de la lengua rumana, con
la decidida ayuda del
profesor Fermín J.
Tamayo Pozueta, de quien
acabamos de leer el
original de la novela
Balcaniana; María
José Postigo, profesora
de lengua y literatura
portuguesa, que
acompañada de su hijo
mayor, Pedro Peira, nos
traía además la
presencia de uno de sus
mejores discípulos de la
última etapa de la vida
universitaria: Pedro
Peira Soberón,
catedrático; Carmen
Mejía Ruiz, directora de
Madrygal. Revista de
Estudios Gallegos,
que guarda abundante
memoria, escrita y
gráfica, de muchas
circunstancias
biográficas del maestro;
Juan Ribera o Juan José
Ortega Román, que
remiten a la vinculación
e intereses de Zamora
por el área lingüística
y cultural catalana,
balear y valenciana;
María Victoria Navas y
Denis M. Canellas de
Castro Duarte, de
Coimbra, discípulos
relacionados con
Portugal.
Muchos había igualmente
de la Facultad de
Filología de la
Complutense, como su
gran amigo Manuel Gil
Esteve, el catedrático
de lengua y literatura
italiana; Jesús Sánchez
Lobato, su crítico
literario más confidente
y sistemático; Vidal
Alba de Diego, Jesús y
Francisco Bustos, Pilar
Saquero, José Luis
Girón; Santos Sanz
Villanueva, de sabia
mirada crítica sobre el
cuento zamoriano;
Dolores Castro Jiménez;
o Concha Martínez,
bibliotecaria,
discípula, vecina del
viejo barrio de Puerta
de Moros, cuyos padres,
de origen conquense,
eran queridísimos amigos
de Zamora desde años de
estudios universitarios.
Estaban presentes
algunos de sus últimos
estudiantes, actualmente
profesores de institutos
de enseñanza secundaria.
Podría representarlos,
por la simpatía que
Zamora le manifestó,
Juan José Fernández, de
la Complutense, que
enseñó en Polonia y
Lisboa, y que es docente
en un instituto
toledano.
De otras Universidades o
centros de enseñanza de
Madrid. De la
Universidad Autónoma, el
catedrático Pablo
Jauralde, compartida
pasión por la escritura
de Quevedo, y tantos
vinos por el Madrid de
los Austrias; de la
Universidad Rey Juan
Carlos, los lingüistas
Ramón Sarmiento y Luis
Alberto Hernando
Cuadrado; de la Carlos
III y del Instituto
Cervantes, Jorge
Urrutia, también del
Área Académica del
Instituto Cervantes,
profesor y poeta, una
profunda amistad de
discípulo también
heredada de la que don
Alonso mantuvo con el
poeta Leopoldo de Luis,
su padre; y José María
Martín Valenzuela, del
Área de Diplomas y
Gestión de Exteriores
del mismo Instituto,
colaborador en su tiempo
académico en el
Diccionario manual;
Consuelo Triviño Anzola,
novelista, del Centro
Virtual Cervantes, con
quien Zamora tanto habló
de narrativa colombiana,
e hispanoamericana en
general.
Amistades extremeñas,
como los que
representaban a la
Facultad de Filosofía y
Letras de Cáceres con su
decano José Luis Merino
Jerez y la Junta de
Extremadura, tomaron la
ruta de Madrid para
llegar pronto a respetar
la memoria del maestro.
La presencia de María
Antonia Fajardo Caldera,
acompañada de su esposo.
Directora de la
Fundación Biblioteca
Alonso Zamora Vicente,
María Antonia es una de
las personas que ha
mantenido desde 1990 más
cordial contacto con el
académico, por su labor
en favor de la
organización y fichado
de la Biblioteca y la
catalogación del Archivo
relacionado con Zamora
Vicente y Canellada
Llavona. O Antonio
Viudas Camarasa, de los
mejores críticos
literarios de la obra
filológica y de creación
del maestro, que tanto
lo apreciaba. Su amistad
la envuelve igualmente
muchos paseos
extremeños: nos
recordaba especialmente
uno, a la Abadía, con
sus arcos mudéjares, por
los jardines y huertas
del Duque de Alba que
anduvo e inspiraron a
Lope de Vega, y, luego,
por el dedalillo de
callejas y zaguanes de
Hervás, la sefardita.
Otras presencia estaban
vinculadas a Zamora
Vicente por la Escuela
de Verano vinculada al
Ministerio de Asuntos
Exteriores. La de
Fernando Peral Calvo, el
excelente amigo, otra de
las claves de la
vinculación de Zamora
con tantos centros de
enseñanza universitaria
en Europa, África del
Norte o Hispanoamérica,
a través de la Dirección
General de Relaciones
Culturales del
Ministerio de Asuntos
Exteriores. Y Pilar
López Quintela, de
origen gallego, o Silvia
Riestra Gascón, también
de esa sección de
Culturales,
colaboradoras de Zamora
en los Cursos de verano
de lengua y Literatura
españolas para los
profesores becarios
extranjeros a través de
Asuntos Exteriores, que
se celebraban con sede
en la Escuela
Diplomática de Madrid.
Con Pilar siempre contó
el profesor por su
capacidad organizadora
de una de las
actividades que
consideró
imprescindibles.
Quintela se compenetró
con la forma de pasear y
la sugestiva manera de
ver de Zamora las
históricas ciudades
castellanas: Toledo,
Segovia, Ávila,
Salamanca, Guadalajara,
Sigüenza... Y profesores
como la filóloga Raquel
Pinillas Gómez; la
catedrática Blanca
Aguirre, interesada por
la traducción de los
lenguajes técnicos, o el
profesor Manuel Gil
Rovira, de la
Universidad de
Salamanca.
El entorno de la
Universidad y de la
Fundación Antonio
Nebrija, que llenó la
fructífera etapa de
jubilado de Alonso
Zamora Vicente. El
homenaje que le ofreció
esta Universidad en 1999
fue uno de los que más
agradeció y disfrutó el
respetado profesor. Como
miembro y director que
fue de esa Fundación,
sus componentes se
convirtieron en sus
confidenciales amigos.
Entre ellos, aunque su
trato venía de antes, el
ex presidente del
Gobierno Leopoldo Calvo Sotelo; Manuel Villa
Cellino, ex rector de la
Universidad Nebrija,
Belén Moreno de los
Ríos, especialista en la
enseñanza del español
como lengua extranjera,
o Javier Ramos, notario,
vinculado a dicha
Fundación.
De las variadas
personalidades, coincidí
con la llegada de Sabino
Fernández Campo,
asturiano de pro, que
fue Jefe de la Casa
Real, y la escritora
María Fernández Álvarez;
con Ian D. L. Michael,
catedrático emérito del
Rey Alfonso XIII de la
Universidad de Oxford,
lazo de los viajes
ingleses de Zamora y
amistad igualmente en
las ediciones de
Castalia; Jaime Moll
Roquetas, de Archivos y
Bibliotecas, responsable
de la biblioteca de la
Real Academia durante
muchos años, catedrático
de Bibliografía de la
Universidad Complutense.
Del mundo de la edición,
estaban los amigos de
Castalia, con la que
mantenía estrecha
relación desde la época
de la edición en
Valencia de su libro de
relatos Smith y
Ramírez (1957) y en
los años de dirección de
la colección Clásicos, y
los muchos de
Espasa-Calpe, y en
particular su amigo
Silverio Aguirre
Campano, editor
fuertemente vinculado a
la Academia desde los
tiempos de su padre.
Vecino de Zamora en El
Escorial. Una viva pena
aún en su rostro, en sus
versos, por la muerte de
su mujer. En su
imprenta, nos recordaba
don Alonso, se editaron
muchos libros
relacionados con los
componentes de la
generación literaria del
1927, tanto de
literatura española como
de los estudios
grecolatinos.
Miguel Ángel Tallante
Pancorbo nos recordaba
las preferencias
musicales, populares o
cultas, de Zamora. Como
Emma Ojea, arquitecto y
músico, de dilatado
trato con el maestro por
la amistad con la
familia y del tiempo en
que fue responsable de
las reformas del
edificio académico y de
la restauración de la
Casa Museo de Lope de
Vega a comienzos de la
década de 1990. O Luis
Martín, del Nuevo
Mester, de largas
charlas con don Alonso
sobre música popular,
sobre todo de entusiasmo
por la de tierras
preferentemente astur
leonesas y castellanas.
Todos, a la vez,
habituales de su cita en
la Semana Religiosa de
Cuenca.
Entre todas, dos
personas me hicieron
considerar nuevamente la
particular índole de
abierta humanidad y la
cultura como forma de
vida, de convivencia, de
don Alonso. Sentimiento
fraternal, primero, la
presencia de doña Carmen
Calleja de Sawa, la
última descendiente de
las familia Sawa-Poirier,
testigo de la fuerte y
cordial vinculación de
Zamora Vicente con los
dos nietos, madrileños,
de Alejandro Sawa; sobre
todo, con Fernando
López-Sawa, conservador
del legado documental
familiar. Los ratos en
que tanto charlaron, en
los domicilios del
barrio de Chamberí como
en la localidad de
Sigüenza, del abuelo
Alejandro, de la abuela
Jeanne Poirier, "Mamaella",
o de sus padres, Elena
Sawa, y Fernando López
Martín, el poeta y
dramaturgo.
Y emoción profunda causó
a un grupo de amigos que
alguna vez fuimos a la
provincia de Jaén o
hicimos un alto en las
renacentistas Úbeda y
Baeza al cruzar sus
tierras con Zamora
Vicente en busca de las
piezas vidriadas del
gallito del alfar
ubetense, la
tempranísima presencia
de don Juan Pablo Tito,
el gran alfarero...
Intentaba reconocer
entre los asistentes del
tanatorio de la
sacramental de San
Isidro a alguna de
aquellas caras de
familiares o amigos que
habían acompañado al
maestro. Perdone que
me dirija a usted [al
profesor Juan Ribera, de
la Universidad
Complutense]. Creo
recordarle. Soy Tito, de
Úbeda. Tendría usted la
bondad de indicarme
quiénes son los
familiares.... Esta
mañana mi hijo me dijo:
-¡Padre, mira quién ha
fallecido..., don
Alonso!.... Le contesté
únicamente: -Ahora mismo
salimos para Madrid.
Quiero despedirme de don
Alonso. ¡Qué viva es su
presencia entre mis
cacharros; cuántos
ánimos y afecto
manifestó siempre por mi
trabajo! Después de
la oración ante el amigo
y el pésame a los
familiares, Tito y su
hijo partieron
nuevamente y, como otros
en el recuerdo, se
llevaron para Úbeda a
don Alonso. ¡El maestro
nunca decía que no a un
nuevo recorrido por los
caminos de España!